A estas alturas de mi vida lo más hermoso de los regalos de
navidad, independientemente del bien material, es la alegría que conservo a
través de los años cuando recuerdo esas noches frías, con aroma a dulce y tranquila esperanza.
Bien hubiera sido una bicicleta, unos
patines, un carrito, avioncito, barquito, o qué se yo; lo que importa fue el
misterio que encerraba la dulce espera de un regalo de un ser desconocido, que
inclusive nos decían que nos durmiéramos pronto para que llegara el hombre, el
buen hombre de los regalos. Esa espera, la más hermosa de la niñez de algunos
de nosotros, especialmente la mía. Yo creía y sigo creyendo en Santa.
En estos momentos, estoy escuchando
música de navidad y estoy evocando recuerdos de mi niñez. Definitivamente,
aunque los regalos recibidos hubieran sido modestos, lo más importante fue la dulce
espera y la agradable sorpresa al ver esos regalos al pie del árbol de navidad.
El gran regalo de esa noche es la
alegría que he conservado durante mi larga vida y todos esas emociones las sigo
viviendo.
Gracias papá, gracias mamá por hacer de
esos momentos de navidad una espera maravillosa, un dulce sueño convertido en
un hermoso regalo al amanecer.
Aunque no están conmigo les digo que el
regalo más hermoso fue su amor, su dedicación y la enseñanza de esperar la
navidad con alegría y compartir lo que se era aunque no tuviéramos cosas que recibir.
Gracias por ese gran regalo: enseñarme a esperar y sorprenderme.
Feliz navidad a todos los papás y mamás
del mundo.
Hasta pronto.